martes, 29 de junio de 2010

DE LO POCO MUCHO

Como te vería que ni tiempo me diste de sentir compasión pues mi reacción fue más allá de un sentimiento común. Como te vería que reté a Dios, haciendo de la blasfemia el camino más corto a mis pensamientos. Blasfemia como sonrisa que no podías dibujar. Blasfemia como piernas que no te podían sostener. Blasfemia como camino que no podías recorrer. Blasfemia que invocaba a la silla arrinconada y a la cama con grilletes imaginables que no te permitían levantar. Como te vería, que entre las imágenes de nuestro pasado y la visión del presente hubo una ida y una vuelta, un espacio que hoy, en esta sierra, no se si fue realidad o sueño.

Parece no hace mucho tiempo fuimos a juntar ganado a "Los Aguajes" y que de vuelta a Chacala entonábamos canciones por el monte. Parece no hace mucho que construimos antenas para el pequeño televisor añorantes de ver el mundial de enajenación. Qué tanto hace que fuimos compañeros en la invasión a la familia Ibarra, no hace mucho que fuimos compañeros de parrandas, cuando entonando canciones de Vicente tomábamos en la cantina del suegro como carta de recomendación ante sus hijas.

¿Recuerdas las serenatas disfrazadas afuera de la tienda de abarrotes?. Que te ha dado esa mujer, Paloma Negra, No volveré, eran una repetición constante en nuestro repertorio de enamorados, eran nuestro consuelo cuando salíamos con los golpes más fuertes. Cuando más ebrios estabamos, recorríamos tambaleantes la "avenida del requinto" alumbrándonos con las chispas del encendedor, porque las noches en el rancho, en nuestro querido Chacala, son obscuras como el gondo o el agüilote.

Avenida del requinto. Camino detrás de la casa de mis bisabuelos que tomó su nombre un día de aquellos, cuando imitamos el sonido rugiente de las guitarras eléctricas de Hotel California y caímos de repente en la zanja, esa misma que nos sirvió de refugio cuando salíamos de la casa grande tú por un lado y yo por otro, tú de con una y yo de con otra.

Los bailes, esos en que recorrimos de un lado a otro la pista ante la mirada de gusto de los viejanos, los gritos de los compas y el secretear de la señoras. Los bailes, esos que no fueron lo mismo cuando regresé de mi viaje al valle y tú ya no estabas porque en la plancha un cirujano mutiló tu espalda.

Sí, ya no fue la misma cosa, dijera Metodio. Los nuevos bailes sólo provocaron lágrimas en tu abuelo y en ellos parecía verte en medio de una rueda haciendo tus mejores pasos. Maty girando, Rosa ingresando al centro, Gris moviendo su cadera, todas queriendo bailar contigo.

Sí, no son pocas las veces que quise soñar para verte donde no estabas, para hacerte reír entre espejismos mientras no sentías tus pasos y tu sonrisa. Sí, muchas cosas cambiaron. Quisimos borrar toda palabra que hiera alusión a los cojos, a los inválidos, a un posible cáncer. Las tratamos de borrar con artificios, como cuando se pinta la cocina de casa: La pared queda blanca, pero el resto del humo queda como parte del muro volviéndose su alma. Así nosotros tratamos de no ver lo que los ojos veían, quizá con la esperanza de que con esto volveríamos a verte en pie y por qué no, tomarnos otras cervezas.

Ahora pienso que antes de aquella fiebre que no te dejó ir a la fiesta de despedida de los estudiantes, ya la cama te llamaba como el cuerno al ganado, ya el dolor debió estar escondido en los rincones de tu casa y en las veredas del monte. Es curioso socio, pero no siento miedo, como dice mi abuela que se siente al ver a un finado. Yo creo es por el deseo de hacer estos instantes largos, tanto como el sonido de las canciones entonadas que se pierden a nuestro oído, pero que siguen navegando en el viento por siempre. En estos tiempos, como dijeran el otro, hay que hacer de lo poco mucho.


Verano de 1989.

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