viernes, 28 de mayo de 2010

Piña Colada IV

IV

Cuentan que unas fotografías de Carmen fueron muy cotizadas en el mercado negro de las discos de moda. No es cualquier cosa estar con cinco machos en celo a la vez. Su imagen fue rodando en las mesas, su nombre y teléfono repitiéndose y quedando inscrito en los baños de la escuela y de los bares.

Luego le diría Concha que cuando ella llegó a la disco ya no estaban los del grupo ahí, sólo vio a Irene quien le dijo que después de tres rondas de tragos decidieron salir para ir al Mirador, pero que ella no los siguió porque estaba a gusto. Hubiera deseado tanto que

De Carmen no se supo más. La familia fue su más seguro sepulcro, sólo inquietado por la sonrisa y el corretear de una chiquitina en la casa de sus abuelos. Alguna vez Héctor dijo que le pareció verla trabajar en Guadalajara en un bar vendiendo las redondeses de su cuerpo, esas tan imaginadas y añoradas por los lectores fugaces en los retretes. Dice haberla visto casi caerse de ebria.

Por lápida y recuerdo de Carmen, sólo queda el viejo muro detrás de la escuela pintado con su nombre y aquélla sábana blanca manchada con su sangre.

Piña Colada III

III

Por las mejillas de Carmen resbalan lágrimas de ira y tristeza. ¿Cual era más o cual era menos? sólo ella tuvo la respuesta. Apretaba los ojos con tal fuerza que las pestañas parecieran incrustársele en ellos, cerraba los ojos con tal fuerza, como queriendo exprimirles toda el agua que inundaba aun más su alma ahogada en la desesperación de verse sola, con la cruz del odio que inevitablemente le seguiría en cada cama.

Al abrir esa vista color miel que arrancara suspiros inocentes en sus condiscípulos, hoy enrojecida y marchita, la posición en que está le hace ver una botella de ron recostada en un tocador de estilo rústico, colillas de cigarro regadas en el piso y el espejo pintado con lápiz labial de su color preferido, el carmín, con su nombre en letras grandes y dibujos que intentan hacer inmortales las posiciones logradas en la noche. Intenta levantarse pero un dolor de carnes, de huesos y de espíritu se lo impide. Se da cuenta que el ambiente se encuentra impregnado de un olor que nunca antes respiró, una mezcla de sudor, alcohol, tabaco y algo raro, un olor que nace de su entrepierna. Al segundo intento se frunce su ceño pero consigue pararse. Rodrigo, Carlos, Martín y otros dos desconocidos en los sillones y en el suelo duermen su embriaguez. Su ropa está tirada por todo el departamento, la recoge en silencio y entra al baño. El agua de la regadera se lleva su cuerpo y su pensamiento.

Antes de salir del departamento coge una camisa para limpiar el espejo, toma su labial para escribir con letras del tamaño de aquél: ¡Pendejos! Nada más concreto para ella que dejar un pedazo de su furia inscrita en lo que fue su calvario. Tomó sus pertenencias y cerró con cuidado la puerta principal, sentía que si despertaban sus acompañantes nocturnos no tendría el valor suficiente para sostener la vista en alto y quizás ni siquiera para hacer algún reclamo.

Piña Colada II

II

¡Hoy será mi noche!, le he tenido tantas ganas a Carmen que esta vez me desquito de todos sus desplantes, ¡me vale lo que después diga! al fin que quien tiene que perder es ella si se le va la lengua. ¡Que buen paro que esté de cantinero ahora Ernesto! Con un poquito de “picante” que le ponga a lo que tome la Carmen se pondrá a tono y entonces sí, que gozada nos vamos a dar en el depa de Ramiro.

- ¡Hola! Pero que guapísima te ves Carmelita, que bueno te decidieras a salir con el grupo, la verdad es que pareciera como un triunfo en sí que estés aquí, dijo con cierto tono Carlos al abrir la puerta del Jetta e invitar a Carmen a ingresar en un ademán por demás caballeroso que le sorprendió.

- Bueno, no cantes victoria todavía que si el ambiente se pone pesado no me detendrán, además que me insistió tanto Concha en que fuéramos a la disco que ya no me dejó más remedio, dijo Carmen aceptando la mano de Carlos.

- Carmen, no te quejarás de la banda, ya verás que todos somos buena onda, lo que pasa es que nunca nos has dado la oportunidad de tratarnos, pero tenemos como lema el respeto y como límite lo que permita el otro, nada más.
- Significa entonces que en realidad no tienen límite Carlos, pues si llegan hasta donde uno quiere, ¿que pasa si no estoy en condición de decidir cual es ese límite? Por mucho que nos consideremos liberales hay cosas que deben ser en sí mismas limitantes para los demás, ¡sin necesidad de que se diga expresamente!, acotó Carmen con desesperación, como si viera una forma en que la discusión no los llevaría a buen puerto.

- Claro, Carmen, ¡faltaba más! No creas que estoy diciendo que podemos hacer todo, lo que quiero decirte es que siempre la mujer tiene la última palabra o ¿a poco no?, siempre terminamos haciendo lo que ustedes quieren.

En la entrada de la Disco se veía ya un grupo de personas con la mirada suplicante ante el frío rostro de los elementos de seguridad que custodian la cadena, esa barrera que para muchos significa la frontera misma entre la gloria y el infierno.

El timbre del celular hizo que Carmen dejara de buscar con insistencia la ubicación de Concha, ahí estaba llamándole para decirle que llegaría más tarde, pero que fueran entrando para que fueran ambientándose.

- ¡Pero Concha! Apenas y si he tratado con estos taraditos, no me salgas ahora que me dejas sola con ellos, ¡te mato si te tardas! Renegó con resignación Carmen y se incorporó con los de la “banda”.

Yolanda, Irene, Rodrigo, Carlos, Martín y otros más la esperaban con una mueca de enfado por el retraso que les estaba dando, pero fue compensado cuando Carmen dijo al mesero – Yo les invito esta ronda, para mi trae una piña colada, a los demás lo que te pidan.

- Carnal, dile a Ernesto el barman que se luzca con la piña colada, que es para alguien especial. - ¡Va! Dijo el mesero con una sonrisa plena.

Piña Colada I

I
¿Por qué lo hice?. Prometí tantas veces a mi madre que me cuidaría que pensé se volvería una verdad insuperable. Sí, recuerdo que pedí una piña colada en la disco pero no era para que me pusiera en esos extremos. Seguro le pusieron algo. ¡Méndigos!, no hay otra palabra que me llegue para nombrar a estos pendejos. ¿Por qué lo hice?, no me dio pendiente que Carlos fuera hasta la barra por las copas, el calor arreciaba y ameritaba un trago. Sí, tantas veces me dijeron que hay quienes ponen en la bebida unas pastillas para excitar a las chavas, pero no me imaginé nunca que a mi me pudiera pasar algo así. ¡Méndigos! o ¿mendiga yo?. Apenas recuerdo que cuando salimos sentí que todo estaba flotando, todo me daba risa, todo me provocaba calor y me creí en lo absoluto dueña de mi cuerpo, con ganas de ser poseída por el viento, por el mar, por los cara de príncipe que me rodeaban. No me extrañó que en el coche Carlos me besara y tocara, una imperiosa necesidad apresuraba mi respiración, no rechacé las caricias de otras manos en las redondeces de mi cuerpo, me sentí la mujer más deseada. El calor se elevó y no encontraba la forma de acabar con él. Después sólo recuerdo que sentía sobre mí labios distintos, manos distintas, pesos distintos y que entre sueños escuchaba carcajadas como de cuatro ¿o eran cinco?. Sentí también mucho dolor, aunque también la necesidad de sentirlo.

¿Por qué lo hice?. No puedo echarle la culpa a una piña colada. ¡Yo que tanto hablé de libertad y de igualdad entre los sexos!. ¿Eso sería lo que desencadenó todo esto?, ¡en mi!, ¡yo! que en el fondo sabía que quería estar casada, con hijos, con un marido bueno, con un marido fuerte, con un marido macho. ¿Y si quedo embarazada?, ¿que voy a hacer Dios mío?, tanto que leí en las revistas que la primera vez debe ser la mejor de todas: ternura, calma, amor, deberían haber sido los pilares en esta noche. ¿Por qué lo hice?. ¡Chingado, ya ni tenía ganas de tomar!, por eso creí que ese sabor raro de mi piña colada era por falta de ganas. ¿Y si mi padre se entera?, ¡No virgencita, por favor que no se entere!, le diré a mi madre que me quedé con Concha para estudiar.

Mejor no lloro, ¿para qué? si todo paso como en un sueño, ¿pero sabrá comprender otro que en una noche hice más que tal vez ya de casada?. ¡Por favor!, que me toque un marido bueno, un marido fuerte, aunque no sea tan macho, ¿los habrá?. ¿Y si estos desgraciados cuentan a todos sus conocidos lo sucedido?, de seguro cuando me saluden estarán pensando más en una cama que en darme la mano, estará mi desnudez en sus fantasías. ¡No, por favor!, que tan solo una vez en su vida sean hombres y no digan nada, que por lo menos esta vez tengan vergüenza y escondan su canallada. ¿Por qué lo hice?.

domingo, 2 de mayo de 2010

Intentos II (1989)

II

Hace tanto ya que camino con la descalza soledad,
que acostumbrado entonces no lo sentía,
por eso al descubrir en un día no lejano
que en tus ojos estaba mi reflejo,
reconstruí lo sentido para vivir lo querido.
En el sonoro murmullo de tu brisa
llevo a refrescar mi corazón tendido,
va por la culpa de que mi sed quema
estando aun más fuerte tu fuego encendido.
Es causa hoy de que recorra en mi rostro
el salado sabor del agua corporal,
sentir que yerro en alcanzar tu dicha
estando pasmado por cuanto nace a ti.
Pero así pase el velo oscuro del final de la vida
no podrá impedirse que sienta lo que siento,
en ello sólo yo puedo ser titular,
para ello el divino origen dio la razón y el sentir,
que aunque parecieran en el caso no llevarse
forma parte de la existencia misma,
que aun en silencio se manifestará por siempre
pues la locura tiene en mi a sus residentes preferidos
y no le temo a volar cada día y en todo instante
para guardarme en tu pecho,
que de alguna manera sabrá que ahí tendré
mi estancia permanente aunque no te des cuenta.

Intentos (1988)

I

Reluciente bajas por la sierra
y tus manos acarician las flores que te sirven de manto,
flores blancas, amarillas y rojas que se mueven
al compás del silencio del pájaro.

Inmóvil veo que en tus ojos se dibuja
la silueta de mis sueños y extiendo hasta entonces
el corazón para que le quites su sangre,
no puede haber mejor remedio al
olvido en que he guardado los recuerdos.

La luz que enciende mi espacio queda atrapada,
con las manos del alma voy tocando el contorno
de tu sentir como un invidente del destino,
que sin hacer caso al matiz del color se ocupa de
la sustancia que le provoca su profesar.

En la planicie de mis sentimientos te posas,
al bajar al descanso mi llano amor
aquí permanecerás dando razón de tu presencia
que evidente lleva su existencia.