viernes, 28 de mayo de 2010

Piña Colada III

III

Por las mejillas de Carmen resbalan lágrimas de ira y tristeza. ¿Cual era más o cual era menos? sólo ella tuvo la respuesta. Apretaba los ojos con tal fuerza que las pestañas parecieran incrustársele en ellos, cerraba los ojos con tal fuerza, como queriendo exprimirles toda el agua que inundaba aun más su alma ahogada en la desesperación de verse sola, con la cruz del odio que inevitablemente le seguiría en cada cama.

Al abrir esa vista color miel que arrancara suspiros inocentes en sus condiscípulos, hoy enrojecida y marchita, la posición en que está le hace ver una botella de ron recostada en un tocador de estilo rústico, colillas de cigarro regadas en el piso y el espejo pintado con lápiz labial de su color preferido, el carmín, con su nombre en letras grandes y dibujos que intentan hacer inmortales las posiciones logradas en la noche. Intenta levantarse pero un dolor de carnes, de huesos y de espíritu se lo impide. Se da cuenta que el ambiente se encuentra impregnado de un olor que nunca antes respiró, una mezcla de sudor, alcohol, tabaco y algo raro, un olor que nace de su entrepierna. Al segundo intento se frunce su ceño pero consigue pararse. Rodrigo, Carlos, Martín y otros dos desconocidos en los sillones y en el suelo duermen su embriaguez. Su ropa está tirada por todo el departamento, la recoge en silencio y entra al baño. El agua de la regadera se lleva su cuerpo y su pensamiento.

Antes de salir del departamento coge una camisa para limpiar el espejo, toma su labial para escribir con letras del tamaño de aquél: ¡Pendejos! Nada más concreto para ella que dejar un pedazo de su furia inscrita en lo que fue su calvario. Tomó sus pertenencias y cerró con cuidado la puerta principal, sentía que si despertaban sus acompañantes nocturnos no tendría el valor suficiente para sostener la vista en alto y quizás ni siquiera para hacer algún reclamo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario