viernes, 28 de mayo de 2010

Piña Colada IV

IV

Cuentan que unas fotografías de Carmen fueron muy cotizadas en el mercado negro de las discos de moda. No es cualquier cosa estar con cinco machos en celo a la vez. Su imagen fue rodando en las mesas, su nombre y teléfono repitiéndose y quedando inscrito en los baños de la escuela y de los bares.

Luego le diría Concha que cuando ella llegó a la disco ya no estaban los del grupo ahí, sólo vio a Irene quien le dijo que después de tres rondas de tragos decidieron salir para ir al Mirador, pero que ella no los siguió porque estaba a gusto. Hubiera deseado tanto que

De Carmen no se supo más. La familia fue su más seguro sepulcro, sólo inquietado por la sonrisa y el corretear de una chiquitina en la casa de sus abuelos. Alguna vez Héctor dijo que le pareció verla trabajar en Guadalajara en un bar vendiendo las redondeses de su cuerpo, esas tan imaginadas y añoradas por los lectores fugaces en los retretes. Dice haberla visto casi caerse de ebria.

Por lápida y recuerdo de Carmen, sólo queda el viejo muro detrás de la escuela pintado con su nombre y aquélla sábana blanca manchada con su sangre.

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